Soy Maribel Álvarez.

Nazco en Oviedo en 1935.

En el 36 estalla la guerra, en el 37 nace mi hermano. Ocho días más tarde muere mi madre. Mi padre está en el frente de Teruel. Nos acogen en casa del abuelo paterno, él, y sus cuatro hijas, hermanas de mi padre.

De ese tiempo recuerdo una muñeca de trapo. Escasez en todo, incluidos los abrazos. Mi padre está muy lejos y no puede enseñarme.

Ya tengo 12 años. Soy una niña, pero me viene la regla y una de mis tías me dice: A partir de ahora, ya puedes tener cuidado con los hombres. No sé qué decir y no me atrevo a preguntar, pero la sensación de que un puño me aprieta el pecho y me impide respirar me dura años. Me ocurre cada vez que me cruzo con un hombre. Hasta que conozco a Juanín.

Ya tengo 14 y una amiga de la clase de dibujo me invita a que la acompañe a la emisora donde trabaja su hermana. Cuando llegamos, el director, muy apurado porque le faltaban voces , me pregunta: ––Y tú, guapina, ¿sabes leer?, y me tiende un papel donde había una frase subrayada. ––Mira, lee esto: “El pajarín se había caído del nido, porque aún no sabía desplegar las alas” Lo leo con emoción y me dice: –-Tienes una vocina muy guapina y muy clara. Ven todos los jueves.

Ahí empieza mi futuro profesional.

Las circunstancias me traen a Barcelona. Tengo 21 años.

El trabajo empieza a ir muy bien, lo paso de maravilla, todo es fantástico. Y para colmo, gano dinero. Con las parejas muy mal. Tengo hijos, separación. Mis dos vidas van cada una por su lado: la profesional cada vez mejor, la personal cada vez peor. Les digo a mis compañeros: Qué ganas tengo de ser vieja para que no me gusten los hombres. ¡Qué pesadilla! Pero sigo, claro.

Un día llega a la radio el actor de teatro Gabriel Agustí citado por la periodista Odette Pinto para hacerle una entrevista. Nos miramos y mis hormonas me envían un WhatsApp (entonces mensaje) que dice: Él.

Sigue por aquí cerca de mi vida, seguramente en este momento ve una serie que luego me contará quiera yo o no.

Me rio mucho, disfruto mucho, viajé y viajo todo lo que puedo, leí lo prohibido en aquellos años. Leo ahora. El cine me entusiasma y me atiborro de películas . Para cerrar esta bobadina, me gustaría decir aquello de: No me arrepiento de nada. Pero es una mentira enorme.

Un abrazo.

En wikipedia hay datos de Maribel Álvarez como profesional de la radio.


Aquí tengo 17, o 18 años. Estoy en la discoteca de la radio y a mi espalda hay un armario donde se guardaban discos. Las fundas eran de un papel marrón parecido al de estraza, también parecido a los que se usaban en las tiendas de ultramarinos para envolver las sardinas en salazón. No había ningún distingo en los discos hasta que se sacaban de la funda, pero la discotecaria conocía cada uno de los artistas que había dentro. Era asombrosa su habilidad y su memoria. Se llamaba Carmina. Los discos eran de piedra.
Dentro de muy poco tiempo yo querría ser Audrey Hepburn.

Esta fotografía pertenece a la representación Los intereses creados en La Plaza del Rey de Barcelona, por la compañía del Teatro Nacional. Yo estoy en una especie de actitud picaresca detrás de Gabriel Agustí. Tengo tres bocadillos y él se salta uno.

Reacciono y le doy la respuesta que necesita como pie. Qué decepción para mí. En lugar de tres intervenciones que hubieran dado “brillo y esplendor” a la obra me quedo con dos y el actor principal ni se entera. Otro dato; a Gabriel le sientan las calzas para morirse (obsérvese la foto). Con razón decía de sí mismo en aquella época, que de la cintura para abajo era Adonis: Gabrielis, genialis.