Nunca me había sentido mal o enfadada con propuestas de las feministas, que también eran mis propuestas, aunque se podían dar discrepancias, pero la humillación con la que se nos denomina ahora, no. Nunca se había dado la radicalidad de desposeernos de nuestro género. SOY MUJER y que nadie me insulte diciéndome que soy una PERSONA QUE SANGRA. PORQUE, ¿Por qué sangro? ¿Tengo una herida? ¿De cual de los orificios de mi cuerpo sale la sangre y a qué se debe? En algún momento de mi vida, y, por uno de esos orificios que se dilatará mucho más para que se cumpla el mandato de que la especie se desarrolle, cabrá y saldrá la cabeza y luego el cuerpo de un niño o una niña y a no ser que se lo digas tú, al padre, él no se habrá enterado de nada de lo que ocurre en tu vientre durante nueve meses. Se pueden dar nombres nuevos a cosas viejas, pero no por eso las cosas que se nombren van a cambiar. Nada va a cambiar nuestro organismo, ni nuestra diferencia con el hombre. No es cuestión de negar que hay otras fórmulas sexuales por gusto, por instinto, por mandato hormonal, o por alguna diferencia genital, por lo que sea que pueda darse a gusto del consumidor. Ni reproches, ni mentiras, ni engaños sobre ello y todos los nuevos nombres que hagan falta para una definición más precisa según sus preferencias. Nada que añadir a esto. Pero, a los hombres que no sangran salvo que se peleen, que no es nada anormal, ¿cómo se les llama? ¿Personas que no sangran? Y a los niños, ¿Personas que todavía no sangran? Y cuando dejamos de sangrar? ¿Personas que ya no sangramos?
De verdad que me siento insultada, disminuida en mi condición de mujer y maltratada.